Por Alejandro Alemán

Desde hace algún

tiempo, a la crítica de cine le encanta destrozar las películas de Woody Allen.

En lo personal no tengo problema con que Allen siga obsesivamente filmando una

película nueva cada año. Es su trabajo, ama el cine, y de vez en cuando, en

medio de esa obsesión, nos entrega alguna obra maestra. Es cierto, ya no es el

director que en los 80’s o 90’s nos entregaba pequeñas joyas, unas tras otra;

pero cualquiera de sus obras, por menor que sea, siempre estará por arriba de

la media

La nueva cinta de Woody Allen muestra al legendario director neoyorquino divirtiéndose con sus actores en un ejercicio coral elegantemente perverso. Alfie (Sir A. Hopkins) es un hombre rico que, luego de su divorcio, comienza a salir con una mujer manipuladora que le vacía la cartera a cambio de sexo. Al mismo tiempo, su hija Sally (Watts) se deja llevar por el coqueteo de su jefe (Banderas) a pesar de estar casada con Roy (Brolin), un médico que desde su estudio espía a su vecina Dia (Freida Pinto). La única persona que no se deja seducir por el deseo de lo prohibido es Helena (Gemma Jones, genial), la ex esposa de Alfie, que prefiere recurrir a una charlatana que dice leer el futuro.

Gran parte del humor pende de la contradicción en el casting: Hopkins como un viejito raboverde que toma Viagra, Brolin como un inseguro manipulador, Watts como una rubia desdeñable. Muy bien actuada, divertida aunque no de carcajada, lo que genera ambigüedad es la extraña lección de moral por parte del director: castiga sin misericordia a todos los que engañan a su pareja y premia a quien decide creer en patrañas como la adivinación de la fortuna