Por Ira Franco

Es el tercer largometraje de Eimbcke y por primera vez su protagonista no es un adolescente, sino una madre que quiere serlo.

La anécdota es sencilla: ella y su hijo se van de vacaciones sujetos a los límites de la intimidad. Paloma es una mamá contemporánea, mientras que Héctor es un joven que siente la necesidad de que ella salga de su espectro íntimo para que pueda entrar la joven que conoce en aquel hotel.

El director es muy hábil para crear atmósferas de incomodidad y humor, de modo que saca reacciones memorables de sus protagonistas sin obligarlos a verbalizar la emoción: se podría creer que es la pausa dentro de la escena, pero si se analiza, la concatenación de significados terminan dando uno distinto.

Eimbcke no hace psicoanálisis, desentierra los momentos en que esos dos personajes necesitan la ruptura para llegar a la siguiente fase de sus vidas. Un tema sugestivo, sobre todo en una cultura en la que el apego materno es tan omnipresente como poco discutido.