Por Ira Franco

Parece que ya no es suficiente contar historias sobre personas, ahora hay que abarcar el mundo entero, desde el principio y hasta el final de los tiempos. Y otra cosa: cada recorrido universal es una epifanía moral (tipo: ¡oh dios, todos estamos interconectados!). Con mejores o peores resultados lo hace Aronofsky con La fuente de la vida (2006), Malick en El árbol de la vida (2011) y ahora los hermanos Wachowski + Tom Twyker en Cloud Atlas (2012).

De estos tres ejemplos Cloud Atlas es, por mucho, la más ambiciosa en términos estilísticos y quizá la más obvia en términos aleccionadores pues los retruécanos narrativos van hacia la idea de la interresponsabilidad humana. Retruécanos digo, pues en casi tres horas de película los actores (Tom Hanks, Halle Berry, Susan Sarandon,
Hugh Grant, Jim Broadbent y Hugo Weaving), con ayuda de una tonelada de prostéticos y cambios de vestuario, hacen de
seis a siete papeles cada uno, en distintas épocas y géneros cinematográficos, cuyo punto de unión empieza a revelarse apenas pasada la hora y media.

Cloud Atlas es un thriller sobre un asesinato en una planta nuclear en la California de 1975. Una película de ciencia ficción en la que un clon se rebela del totalitarismo en una Corea distópica. Una tragicomedia sobre la poshumanidad que ha retornado a la vida primitiva. Un melodrama de un músico pobre en 1931 que le escribe cartas a un amigo y dos thrillers emotivos: uno del notario norteamericano que se queda varado en una isla en 1850 y otro del editor que se queda atrapado en un asilo por huir de unos gángsters a principios de siglo XXI. Y así por seis.

Halle Berry ha dicho que ni siquiera ella reconocía a los actores con quienes trabajaba de vez en cuando: «¿Cómo, ese cavernícola es Hugh Grant?». Quizá sólo Hugo Weaving, quien participó en la trilogía de El Señor de los Anillos estaba preparado para una producción de ese tamaño bajo la custodia de cuatro mentes creadoras −todas con estilos diferentes−: Lana, Andy y Tom en lo cinematográfico, pero también el autor de la novela que se mantuvo muy cercano al set, el británico David Mitchell, quien fue nominado por esta cinta a premios de ciencia ficción como el Booker Prize y el Nebula Awards.

Desde mi punto de vista, hay algo voraz en la narrativa barroca de Cloud Atlas, que se desentiende de su más obvio maestro, Ray Bradbury. Él tenía preocupaciones similares sobre las consecuencias de cada acto humano en el futuro, pero su narrativa tendía a la adorable sencillez simbólica. En términos fílmicos, sin embargo, Cloud Atlas merece un lugarcito entre las cintas rimbombantes larger-than-life con todos estos vasos comunicantes fluyendo entre sí −los actores, los directores, las premisas−. No exageramos al decir que esta cinta será una de las experiencias fílmicas más alucinantes del año. Quizá, demasiado alucinante.