Por Oswaldo Betancourt L.

Jon Favreau decidió hacer a un lado la receta hollywoodense de los bluckbusters para hacer algo original. La presentación no es muy buena (el póster es horrible, las fotos de los personajes – tomadas por separado, se nota – están sobrepuestas una encima de la otra, se ve feo) pero el resultado final te deja un buen sabor de boca.

Carl Casper es el chef de un restaurante decente que recibirá la visita de un crítico de comida, así que prepara un menú especial pero el dueño (Dustin Hoffman) le ordena servirle lo de siempre porque ya es garantía.

La crítica es terrible, Casper pide una revancha que se ve frustrada y renuncia e inicia su propio negocio donde él será su propio jefe y cocinará lo que le dé la gana. Este road trip culinario también le servirá para trabajar en la relación con su hijo.

Una advertencia antes de que la veas, vayas con el estómago lleno o vacío, corres el riesgo de que se te antoje todo. La dirección y actuación protagónica del mismísimo Favreau (que cocinó en verdad) le dieron sazón preciso a su propio guión, que preparó con los ingredientes necesarios para deleitar a las pupilas.

El resto de las actuaciones (Sofía Vergara y John Leguizamo, Bobby Cannavale, Emjay Anthony) son aderezos discretos y puntuales que acompañan bien a la historia. Scarlett Johanson y Robert Downey Jr. supieron hacer su parte sin robar cámara más allá de sus breves apariciones (ella muy guapa en una escena; él una vez más en un rol irreverente).

Es una película muy agradable que vuelves a ver sin broncas, igual y no pagas dos veces el boleto de cine pero sí la andas rentando o te quedarás viéndola cuando salga en televisión. El único problema es que se mantiene sin cambios importantes, no hay un conflicto o un antagónico (pues ni siquiera tiene que enfrentarse a sí mismo, sabe lo bueno que es). Aún así, muy recomendable y graciosa, pero sin recurrir a la risa fácil.