Por Ira Franco

Para los que nos tocó ver la original Carrie, (Brian de Palma,1976) en videocasetera arremolinadosdebajo de una cobija por el terror, la versión de 2013 con Chloë Moretz y Julianne Moore es un lindoy bien dirigido chiste. El que haya tenido pesadillas con los ojos desorbitados de la frágil y rara SissySpacek (la Carrie original) sabrá que Moretz es demasiado sexy para ese papel. ¿Cómo creer queChloë, con ese hermoso pelo, sus labios carnosos y estupenda figura es una outcast víctima delbullying más básico y capaz de incendiar el pueblo entero? No hay mucho que decir de la directoraKimberly Pierce (cuyo trabajo más famoso es Boys Don’t Cry, 1999) pues aunque es correcta, hacedemasiados homenajes/copias a la original: los diálogos, los motivos, la cinematografía, la paleta decolores.

No es ninguna reinvención como la nombran: es un remake absolutamente convencional con laúnica diferencia de que en 1976 había más escenas de desnudos pues vivíamos en una sociedad menosmoralista. La actualización de un personaje femenino que forma parte de la mitología cinematográficadel terror merecía mucho más: mínimo algún comentario honesto sobre las nuevas formas en quese comunica la presión social sobre las adolescentes, más allá de los mensajes de texto, celulares,Facebook y el cándido deseo de asistir acompañada de un tipo guapo al baile de graduación.Quizás, en este caso, mantenerse fiel a la novela de Stephen King no era la opción másinteresante.

Eso sí, los efectos para la telequinesis de Carrie la hacen parecer una X-men (es a loque está acostumbrado el público actual), la sangre corre a chorros, y siempre es una delicia ver aJulianne Moore, aunque con esa cara inteligente tampoco es muy creíble como la madre trastornadapor la mojigatería católica.