Carlos Arias

Llega una nueva versión de Blancanieves esta vez dirigida por el español Pablo Berger. Una película en blanco y negro, a la manera del cine mudo de los años veinte, con una banda sonora espectacular y los recursos del cine dominguero de aquellos años.

La historia, ambientada en Sevilla, España, a principios del siglo XX, cuenta la historia del torero Antonio Villalta (Daniel Giménez Cacho) quien el mismo día pierde a su esposa y recibe una cornada que lo deja paralizado. Se queda con una hija, Carmencita (Sofía Oria/ Macarena García), y termina casándose con Encarna, la madrastra malvada (Maribel Verdú).

Como ya sabemos, Carmen escapa de su casa y se encuentra con los Siete Enanitos, también toreros, con quienes aprenderá a torear hasta que la bruja le entregue la manzana envenenada en plena plaza de toros.

Cual debe ser en los cuentos infantiles, Blancanieves está contada con ingenuidad, crueldad, humor negro y alta emotividad. A ello le suma una Andalucía arcaica con muchas palmas y bailes de flamenco, pero la cinta escapa de la parodia o del ridículo apelando a un cine clásico cuyos resortes emplea con verosimilitud y conocimiento.

Entre los atractivos del reparto (además de Giménez Cacho), está la musa buñueliana Ángela Molina y la protagonista Macarena García. Pero la que brilla es Verdú como la bruja malvada, a la vez seductora, vieja maldita, bella y divertida.

¿Blancanieves es sólo para los fanáticos del cine de autor? Creo que no. Si bien una película muda y en blanco y negro puede resultar desconcertante en la primera media hora, pero al final impone su ley por una hora 40 minutos, con densidad narrativa, actuaciones de primera y un estilo impecable.