La largamente esperada película de ciencia ficción de talla épica de James Cameron es tan maravillosa e imaginativa como se nos había prometido. Prepárese para una sorpresa inesperada.
Se necesita que una película sea bien especial para que logre transformar a un público de críticos de cine -esos seres escépticos bien entrenados capaces de descartar con un simple gesto de desprecio o una mirada de reojo una ardua labor – en un grupo de adolescentes entusiasmados y frívolos. Pero imagínense que justamente esta semana se logró precisamente esto cuando fue mostrada por primera vez Avatar, la extraordinaria nueva película épica de ciencia ficción de James Cameron. Avatar es realmente una obra única que representa un gran avance en los efectos visuales artísticos que eleva aún más la barra para futuras mega producciones.
Avatar no pierde tiempo para darle rienda suelta al espectáculo. Quizás presintiendo la expectativa colectiva de los cinéfilos, Cameron presenta una historia que no podía ser más simple hasta que empieza el viaje a Pandora, el planeta vibrante y lleno de vida y verdor donde se desarrolla el cuento futurista. A través de los ojos de Jake Sully (Sam Worthington), un ex Marine en silla de ruedas que viaja de forma virtual por Pandora por medio de un cuerpo ajeno creado con bioingeniería (en otras palabras, un avatar), conocemos las maravillas naturales y artificiales del planeta – todos creadas de cero, mostradas con una fluidez impresionante y presentada en el formato 3D de mayor realismo e inmersión nunca antes visto.
Ocasionalmente el triunfo técnico logrado por Avatar se ve traicionado por una historia terriblemente poco original al toma elementos claramente prestados de largometrajes como Dances With Wolves, The Last Samurai y un incontable número de películas parecidas sobre opresores que se cambian de bando uniéndose a los nativos. Enviado para recolectar inteligencia sobre los nativos Navi, indígenas de piel azul de Pandora, para un consorcio minero del planeta Tierra, Jake se enamora de este pueblo autóctono orgulloso, pacifico y cuyo estilo de vida ecológicamente sano no daña el ambiente. Al cabo de poco tiempo Jake no sólo es miembro de la tribu sino que también ha tomado como esposa a una chica indígena (Zoe Saldana) y ha organizado un ejército para ahuyentar a los terrestres rapaces.
Los malos (en Avatar la perspectiva moral resulta ser monocromática mientras que Pandora es de un esplendido colorido) que inician el ataque contra los Navi están dirigidos por villanos grotescos y absurdamente unidimensionales: Parker Selfridge (Giovanni Ribisi) el administrador corporativo de la operación minera que vive obsesionado con las ganancias y los estados financieros; y Miles Quaritch (Stephen Lang), un sádico musculoso con los ojos brotados que está al mando de una amplia fuerza de seguridad. Estos dos son algo como la reencarnación de Cortez y Pizzaro, figuras caricaturescas imperialistas que ridiculizan a los honorables Navi a quienes llaman monos azules y salvajes que viven en los árboles. Ninguno de los dos se detendría ni siquiera a pensarlo dos veces antes de exterminarlos del todo si con ello pueden conseguir el elemento escaso y de gran valor: el metal conocido unobtainium.
¿Qué cosa es eso de unobtanium? Pues es ese tipo de vocabulario poco inspirado que aparece por doquier en Avatar y que pudiera llegar a molestar un poco a ciertos espectadores. Si solamente Cameron hubiese dedicado siquiera una fracción del tiempo que pasó perfeccionando la estructura ósea de los lobos víboras (una de las innumerables especies animales de Pandora) quizás tendríamos ante nosotros otro clásico del cine. Pero en Avatar tanto el desarrollo de la historia y de los personajes se considera un estorbo, como si se tratara de una hierba maldita que hay que destruir para dejar limpio el terreno para poder construir la próxima obra extraordinaria.
Y a pesar de ello, con todo y sus desperfectos, Avatar representa una de aquellas situaciones sumamente escasas en que el estilo triunfa sobre el contenido – y de manera bien marcada. Aunque no esté claro si Cameron ha realmente sido quien ha revolucionado la experiencia cinematográfica (algo que había prometido hacer) si es verdad que logró hacer unas mejoras importantes.