Por Josué Corro

El armadillo es conocido como el animal coraza, un mamífero con su propia armadura que algunas veces como humanos, quisiéramos imitar, sobre todo frente a un campo de batalla. Esta analogía es la principal arma de este documental homónimo sobre un batallón danés en Afganistán. El director Janus Metz, brinda una extraordinaria visión sobre la humanidad —perdida o fracturada— de un puñado de jóvenes que deben aprender a sobrevivir. Durante meses el equipo de filmación sigue la vida de estos soldados, quienes nunca interactúan con la cámara. La inexistencia de este diálogo entre espectador y entrevistados, tan intrínseco del género, permite una sensación de cercanía y de una narrativa digna de una pelíal ficción. Es como ver una mezcla entre Pelotón y The Hurt Locker. Con la diferencia que es “la vida real”.

Metz también nos acerca a esta realidad bélica con su uso de cámaras, y la forma en que juega con los recursos visuales. Armadillo cuenta con escenas que vemos a través una lente propiamente de cine, cámaras colocadas en los cascos de los militares, y también en tomas cerradas, como si miráramos a través de binoculares. Lentamente formamos parte de este batallón, donde no hay cargas políticas, ni tampoco sentimentalismos, simplemente una muestra fílmica de la fragilidad física y espiritual en tiempos desesperados.