Por Carlos Arias

Una cinta de suspenso a la manera de los clásicos hollywoodenses ambientados en países remotos, con héroes americanos al filo de lo ilegal, hermosas mujeres fatales y… agentes del FBI tras la pista de los criminales.

Esta vez se trata de Apuesta máxima (Runner, runner, EU, 2013), un thriller dirigido por Brad Furman y producido por Leonardo Di Caprio, quien con buen tino decidió no aparecer ante las cámaras. La historia parece poner en escena todos estos elementos del cine clásico, a la espera de que se junten y terminen por sí solos de armar una historia interesante.

La anécdota gira en torno de Richie Furst (Justin Timberlake), un brillante estudiante de la universidad de Princeton e hijo de un jugador empedernido de poca monta. Richie se ha involucrado en juegos de apuestas on line para pagar sus estudios, pero cuando pierde y cree haber sido estafado, viaja tras su única oportunidad de recuperar su dinero, a Costa Rica, donde tiene su centro de operaciones el magnate del juego Ivan Block (Ben Affleck).

Sus habilidades con los cálculos matemáticos se convertirán en su puerta de entrada al mundo de las apuestas. La ambición y la presencia de una mujer sensual, Rebecca (Gemma Arterton), convencen a Richie de convertirse en el principal colaborador de Ivan Block en negocios poco claros, mientras que un agente del FBI (Anthony Mackie) lo presiona para atrapar al jefe de la organización.

La película parece haber asumido la premisa de que si el argumento se desarrolla en un escenario fuera de Los Ángeles o Nueva York, todo es posible, y no hay necesidad de mucha verosimilitud y coherencia.

El protagonista, que en otras épocas habría sido un “nerd” universitario, ahora es el héroe listo que salta entre las situaciones más extravagantes, enreda a sus rivales, enamora a la chica y libra peligros sin mucho esfuerzo.

El problema es que la acumulación de situaciones de “suspenso” no hace por sí sola que la película se vuelva entretenida. El equipo Afflek-Timberlane se dedica a enriquecerse entre yates de lujo, morenas sabrosas en la alberca y copas de champagne en la mano, en una historia cuyo desarrollo cualquiera que haya visto algo del género sabe bien hacia dónde se dirige y dónde termina.