Por Jaime Azrad (@_azrad)

La creciente tendencia en las cintas de terror marca un estilo un tanto casero, pues es contado por sus protagonistas en todos los aspectos: se simula que el material audiovisual que compone el filme es capturado por las personas que vemos en pantalla, como a manera de documental, y planea involucrar al espectador más fácilmente.

Hemos visto esta técnica en varias películas como REC (2007) y Cloverfield (2008), y como público estamos empezando a acostumbrarnos a ella. Apolo 18 es narrada así, con cámara en mano por unos astronautas que, secretamente, son lanzados a la luna por el Departamento de Defensa de Estados Unidos. Ellos capturan varios momentos en los que se revela porqué el hombre nunca ha vuelto a este satélite.

Con la técnica mencionada anteriormente, es más fácil justificar errores en producción o en la continuidad de la película, es quizás esta razón por la que cintas de bajo presupuesto la eligen, y no tanto por una visión cinematográfica. La idea en su principio fue original, hoy pasa a ser una forma más que hemos normalizado y que empieza a carecer de nuevas propuestas.

Hablando específicamente, Apolo 18 entiende las implicaciones de la técnica y no se alarga demasiado. Además, agrega en algunas ocasiones un lenguaje cinematográfico tradicional a través de encuadres establecidos en el mundo del cine. Aunque en pocas palabras puede reducirse a ‘más de lo mismo’.

En cuanto a la historia, se siente un vacío que nunca logra llenarse del todo. Comienza con cierta originalidad, pero cae conforme los minutos pasan hacia una serie de sucesos que ya han sido narrados una y otra vez: infecciones, rivalidad entre el grupo y decisiones que implican la moral, entre otros recursos.

Apolo 18 será disfrutada por aquellos amantes de la tensión y del suspenso, aunque si hablamos de miedo, no asustará a muchos. Hay cosas mejores en cartelera.