Por Carlos Arias
Los franceses tienen amantes. Los neoyorquinos tienen sexo. Esta sutil diferencia es el punto de partida de Amantes de 5 a 7 (titulada en Inglés solamente “5 to 7”), dirigida por el debutante Victor Levin. Se trata de enredos en torno a una mujer francesa, casada y con dos hijos, que se convierte en amante de un hombre más joven que ella, aspirante a escritor. Los encuentros amorosos solo pueden tener lugar por las tardes entre las cinco y las siete, para no ser descubiertos.
Ella es una mujer francesa adulta (y adúltera) de 33 años, Arielle (Bérénice Marlohe), esposa de un diplomático. Él es un inocente chico judío de 24 años, Brian Bloom (Anton Yelchin), quien intenta escribir historias de Nueva York y se ve envuelto en un argumento novelesco.
Los padres de él son parte de la ecuación: Frank Langella como el papá y Glenn Close como la mamá. Ambos son lo mejor de la película, desean que Brian deje las letras y entre a estudiar derecho, pero no imaginan que las cosas son todavía más peligrosas cuando conocen a su nueva novia, quien les comenta con total desparpajo que tiene un marido y dos hijas.
Los enredos amorosos, con personajes atrapados entre sus pasiones y sus obligaciones sociales, han sido uno de los temas clásicos de Woody Allen, quien ha realizado casi la totalidad de sus filmes más adultos en torno de personajes maduros y serios que ven trastocada sus vidas a causas de amores inesperados.
En este línea se encuentra Amantes de 5 a 7, que se conecta con el cine del hombrecillo de los anteojos por su tema, pero también por la ciudad de Nueva York como un personaje más, siempre presente, y por un humor que apunta a una crítica muy suave en torno a las convenciones sociales.
La situación es que Arielle está casada con un diplomático (Lambert Wilson), quien tiene a su vez una amante joven (Olivia Thirlby) y ambos han acordado (muy a la francesa, según el cliché) tener relaciones discretas cada uno por su lado.
La película tiene uno de sus puntos débiles en que se trata de una larga acumulación de clichés, algunos en torno de la infidelidad, otros en torno de las familias judías, los neoyorquinos y también sobre lo “sofisticados” y pervertidos que son los franceses, bebedores de vino, enfrentados a los inocentes “americanos”, bebedores de cerveza. Parte del humor funciona muy al estilo de Woody Allen, donde todos son muy cultos e irónicos menos el protagonista, que termina complicado por sus buenas intenciones.
Dirige Victor Levin, un realizador debutante que sólo tiene en su historial haber dirigido algunos capítulos de series televisivas. Lavin reclama derecho de piso incluyendo en la película referencias a Allen y a otras comedias de enredos amorosos al estilo de Billy Wilder. Sin embargo, esta “opera prima” no revela a ningún nuevo genio del cine, con frecuencia el director y guionista cae en su propia trampa al dramatizar en exceso un tema que en realidad no tenía más horizontes que la comedia ligera.