Tim Burton tira 150 millones de dólares a la madriguera de un conejo en esta historia de dimensiones épicas que pese a sus imágenes generadas por computadora sigue siendo enteramente desechable.

Casi siglo y medio después de que Alicia en el país de las maravillas introdujera a los lectores sus personajes como el Sombrerero Loco, el Gato de Cheshire y demás habitantes bastante particulares de la fértil imaginación del autor Lewis Carroll, la tecnología cinematográfica finalmente desarrolló las herramientas adecuadas para llevar a la pantalla grande el mundo exquisitamente torcido de Carroll. ¿Y quién mejor para ocuparse de la transposición que Tim Burton, el número uno de Hollywood para suministrar a las masas una fantasía oscura e inusual? Y de haber actualmente un director con el talento propicio para tratar la herencia creativa de Carroll es sin duda él.

Su creación, Alice in Wonderland, fue modelada no como una adaptación de los dos libros de Carroll enfocados en Alicia sino mas bien una especie de continuación donde su heroína titular (Mia Wasikowska) es recreada como una joven traviesa de 19 años, hija de aristócratas ingleses. Dada más a corretear a los pequeños animales que a atender funciones sociales Alicia, de espíritu aventurero es una victoriana renegada lista a probar la sospechosa bebida al fondo de la madriguera de los conejos.

Si sólo fuese ella más interesante. Pero en vez de parecer un personaje la Alicia de Burton se asemeja más a una guía turística conduciendo los espectadores por el museo de delicias digitales burtonescas cuyo costo asciende a 150 millones de dólares. Virtualmente todo lo que vemos en la película – desde los hongos gigantes del bosque Underland hasta los ojos brotados del Sombrerero de humor cambiante interpretado por Johnny Depp – fue creado o mejorado por una computadora. Al igual que la propia Alicia, el resultado es el más puro deleite visual pero sin lograr ser especialmente cautivador.

Si Carroll estuviera actualmente vivo quedaría maravillado ante tanto esplendor visual de Alice in Wonderland. Pero también frunciría el entrecejo ante el restringido desarrollo de sus personajes. Los muy estimados miembros del elenco como Anne Hathaway (la Reina Blanca), Crispin Glover (la Sota de Corazones) e incluso el poderoso Depp no pueden aspirar competir con la belleza del ambiente – y aquí no son los actores que acaparan toda la atención porque la belleza de la puesta en escenario se roba el espectáculo. El caso de Helena Bonham Carter es la excepción ya que es el único miembro del elenco que se destaca con su interpretación de la Reina Roja áspera y gritona.

La verdad es que Alice in Wonderland fue ideada para funcionar como una diversión familiar inofensiva y en este aspecto demuestra tener todo lo necesario para mantener ocupadas las mentes de los jóvenes preadolescentes durante buena parte de la función de matinée sabatina. Llena de momentos de euforia fugaz y extravagancias caprichosas, Alice in Wonderland jamás llega a capturar el interés del espectador de manera importante, ya que la experiencia se asemeja más al recorrido dentro de un parque de atracciones que a una película. Y es probable que esta haya sido la intención de Disney desde un principio.