Por: Omar Morales @OmarInMorales

Imaginen a Wayne Coyne, con su pinta desequilibrada de abundante cabellera gris y mirada sin fondo, portando lentes, bufanda y chamarra de cuero a la Howard Hughes, toqueteando botones y palancas, a punto de despegar un colorido avión.

A bordo lo acompañan 75 músicos que con él comparten una ambición desproporcionada: sus colegas de los Flaming Lips y los Electric Würms, su sobrino Dennis Coyne, las frágiles y cursis Tegan and Sara, el poderoso J Mascis, Foxygen y el 50% de MGMT, My Morning Jacket, Moby, Dr. Dog, Grace Potter, Phantogram, Maynard James Keenan sin Tool y dos polos tan opuestos como Julianna Barwick y Miley Cyrus…

Todos en un mismo viaje, con una sola misión (suicida, tal vez): versionar de inicio a fin una de las grandes obras maestras de la música occidental del siglo XX, esa que los chilangos confianzudos solemos llamar “El Sargento Pimienta”.

Quien haya escuchado de principio a fin el octavo disco de The Beatles seguramente lo ha hecho en más de una ocasión y es capaz de seguir la mayoría de sus coros, recuerda los cornos franceses, las risas y ovaciones de la primera canción, la voz nasal, temblorosa y casi desafinada de Ringo Starr en la segunda, el órgano Lowrey de Lucy, las guitarras filosas en Getting better, el clavecín de Fixing a hole, el arpa de She’s leaving home y las armónicas de Mr. Kite que cierran la cara A del Sargento…

Somos muchos los que de memoria ubicamos sus rincones armónicos, cientos de miles los que accedimos a él siendo niños por la gracia de algún tío, primo, hermano o amigo mayor que nos mostró su portada multicolor y puso un pedazo de plástico negro a dar vueltas en un aparato que reproducía sonidos infecciosos.

Sus cualidades estéticas, el entusiasmo de sus fieles y el tiempo transformaron alSgt. Pepper’s en una deidad cultural, en una obra de arte que no admite más que veneración, admiración y respeto. Por eso el experimento de Wayne Coyne y sus 75 copilotos implica riesgos altos y costosos: fanáticos los han insultado y críticos condenado. Yo aplaudo su valor, se necesitan huevos para manosear algo sagrado y talento para obtener buenos resultados.

Les advierto que no es un disco fácil de escuchar (pero quizá ninguno de los Flaming Lips lo sea), esta es una versión cubista del Sargento Pimienta, áspera, sinuosa, delirante, incómoda. Dejaron intactas letras y melodías, pero los arreglos, las armonías fueron sometidas a un proceso lisérgico de reconstrucción. Las herramientas principales de George Martin como arquitecto sonoro fueron ignoradas y Wayne Coyne sustituyó las cuerdas, alientos, percusiones y órganos por máquinas. A base de sintetizadores, filtros, procesadores y computadoras construyó un nuevo universo sonoro para la obra maestra de los Beatles, como buen hippie radical lo acidificó y llevó al extremo de la psicodelia.

Después de revisarlo con atención y audífonos por primera vez me causó tanta sorpresa como escozor. Me gustó y no. Sentí culpa por la atracción así que volví a escucharlo. Cabe anotar que ni es la primera vez que los Flaming Lips tienen un atrevimiento como este (ya hicieron lo propio con Dark side of the moon de Pink Floyd, In the court of the Crimson King de King Crimson y el debut homónimo de los Stone Roses) ni fueron los primeros en reinterpretar el Sgt. Pepper’s (Cheap Trick y el colectivo Easy Star All Stars tienen versiones más conservadoras), pero creo que sí son los únicos que han logrado convertir algunos de sus fragmentos en pasajes musicales tan interesantes y electrificantes como los de la versión original.

Mis favoritas del Sargento Pimienta bizarro: Fixing a hole, Within you without you, Lovely Rita y Sgt. Pepper’s hearts club band (reprise).