No hay que equivocarse: James Blake sí tiene momentos sublimes. "Wilhelm’s Scream", "Limit To Your Love" (que hace trizas a la original de Feist), "Why Don’t You Call Me?" y "I Never Meant To Share" salvan el disco.

Pero el problema fundamental de James Blake, músico y disco homónimo, es el de la fama anticipada. Las expectativas de un joven de apenas 22 años con palpable talento musical. En diversos medios lo tratan como un revolucionario profético de potenciales infinitos. Una mentira.

A lo largo del plato encontramos una buena suma de influencias: el dubstep inglés más cercano a Burial y al 2-step de sus orígenes; los ejercicios sonoros de Arthur Russell; la mística vocal de Feist y algunos otros ídolos de la escena "independiente". Es un buen catalizador de todos los sonidos aclamados en los últimos años. De ahí la fama, terrible fama, que lo acecha desde sus primeros pasos.

No sobrevive a su propio mito, sin embargo, por una entendible falta de recursos, musicales, estéticos, de producción en general. Las vocalizaciones, aunque hermosas, son tan repetitivas como las texturas presentes en el disco. El temple de las canciones cambia poco, se estanca a ratos, falta en su condición de riesgo. Conmueve sin sorprender.

Pudiéramos encontrar en James Blake a un próximo salvador de los ocios sonoros. Pero es muy joven. No ha encontrado la amplitud de su paleta musical. Se contiene demasiado, versando sobre estilos que llevamos años ya por conocidos. No se divisan ni siquiera ánimos de hacer las cosas distintas.

Por eso defrauda. Cualquier incauto puede caer en la aparente "sorpresa" de sus sonidos, pero la mecha se queda corta. Como su edad. James Blake es un buen músico, va por buen camino, pero es apenas un muchacho. Tendremos que esperarlo, darle su espacio.

Recomendable para empezar a seguirle la pista.