Por Omar Morales

Discos de vinilo de 78, 45 y 33revoluciones por minuto; cartuchos de 8 tracks; casetes analógicos con cinta de 1/8 de pulgada; discos compactos; archivos de audio digital… El 1 de octubre de 1982 llegó a las tiendas el primer álbum en disco compacto para venta comercial masiva, 52nd Street de Billy Joel. 30 años después el CD agoniza, pero sin importar soportes y formatos, la música permanece y evoluciona.

Café Tacvba tiene razón, el disco se inmaterializó y dejó de ser. Cada vez somos menos los que atesoramos esos objetos como lo que son: recipientes de arte y fuentes de gozo. Pero son necios, los Tacvbos, porque siguen haciendo discos y cada vez más interesantes. El objeto antes llamado disco me ha sorprendido por tres factores: las letras, el trabajo armónico y el proceso de producción.

Letras: “madurez” es una palabra que causa escozor a muchos, incluyendo al que esto escribe, pero es menos peligrosa de lo que parece. Significa en segunda acepción: Buen juicio o prudencia, sensatez. A cada disco, las letras de Café Tacvba se han ido transformando hasta convertirse en una hipnótica cascada de metáforas. Sin menospreciar sus inicios, han caminado de “Me he enamorado de una chica banda, me he enamorado de su negra piel, pelos pintados flexi-botas negras y es de las morras de la secu 23” a “El zopilote picoteando está, carne que tiene un sabor especial; el zopilote comienza a pensar, allá en las estrellas ¿qué más habrá?”.

Armonía: la constancia y el tiempo han hecho su labor, en ninguno de los discos anteriores de Café Tacvba percibí la cohesión de sus elementos como en éste. “Espuma”, por ejemplo. Escuchen la convivencia entre guitarras, bajo, teclados, voces y percusiones electrónicas. Equilibrio entre imaginación y teoría.

Proceso de producción: prácticamente éste es un álbum en vivo. Buscando formas distintas de hacer discos, decidieron grabarlo en ocho sesiones, con público, en cuatro ciudades de este continente. No es el registro de un concierto, pero en definitiva, la energía de los presentes influye en la ejecución de los músicos. El experimento resultó.

La segunda década del siglo XXI pinta bien para el rock hecho en México. Grupos jóvenes se consolidan, algunos viejos se mantienen saludables, la centralización es impensable y la diversidad, una constante. Hace años que la baraja de nuestro rock no lucía tan bien y, entre sus cartas, Café Tacvba trae buena mano.