Un amigo dice que cuando se gane la lotería, va a contratar a Sufjan Stevens para que le cante canciones de cuna mientras intenta conciliar el sueño. Si bien sería el peor panorama posible para uno de los estandartes musicales de su generación, creo que resalta bien la frágil calidez de su voz. Hasta un insulto sonaría como halago si Sufjan te lo dice. Una cualidad así, puede ser complicada. Vean Thom Yorke y cuánto sufre porque la fuerza de algunas canciones no va con lo agudo de su falsete. Extrañamente, es la misma ligereza lo que brinda potencia en el que es, quizá, el disco más personal de Stevens.

Tal vez nunca sabremos a qué venimos al mundo. Y si no sabemos, entonces podemos afirmar que a lo único que venimos, es a morir. Porque todos, en algún punto, lo haremos. ¿Qué sentido tiene entonces la vida? Los sinsabores. Las victorias. Las decepciones. Todas las polaroids de un camino que algún día terminará. Reflexionar sobre la finitud de la existencia es algo que le concierne al ser humano desde hace muchos miles de años. Los grandes filósofos han tratado de desentrañar la esencia de lo que es ser humano, la esencia de nuestra vida, de nuestra muerte y de lo que se supone que hay más allá. Pero algunas veces está bien dejar fuera a Heidegger o Derridá para poner atención a otros pensadores, quizá menos reconocidos y colegiados, pero igual de efectivos a la hora de tratar de comprender. Por ejemplo, Sufjan Stevens.

Carrie & Lowell inicia con una guitarra. Un ambiente ensoñador, brumoso y luminoso a la vez. “I don’t know where to begin”, repite Sufjan. Y quién no ha estado en la total oscuridad, en la incertidumbre sobre cómo continuar, en la situación que sea, con la persona que sea. Lo interesante del nuevo trabajo es la cercanía que logra recrear. Sufjan ya no es un muchacho, pero tampoco es un sabio anciano. A los 39 años parece que ha llegado a ese punto de la vida en donde se puede mirar hacia atrás o hacia adelante y probablemente se tenga la misma distancia. El cenit de una existencia es el momento preciso para la contemplación de lo conseguido y lo que se está por conseguir.

El disco habla de Stevens y la relación tormentosa que llevó con Carrie —su madre— y Lowell —su padrastro. De hecho, son la portada del mismo y aunque se pudiera creer que una declaración tan personal podría alienar a los demás escuchas, en realidad los conjunta. Pocos pueden decir que han vivido lo de Sufjan, el ser abandonado por su madre —esquizofrénica bipolar con problemas de adicción— no es lo más común, pero todos pueden decir que han vivido eventos traumáticos en su vida. La pérdida de alguien querido o la primera vez que te contemplas como mortal. Pongan la oración que quieran y seguro se encontrarán en alguna línea del disco.

Musicalmente, no es el disco más portentoso de Sufjan Stevens, de hecho es sumamente básico. Esta simplicidad, al igual que su voz, en vez de fungir como debilidades, funcionan para darle otra dimensión al disco. Es un ser humano hablándole a otros millones. Tan quebradizo como cualquier otro. Y qué reconfortante es encontrar a otro humano con un talento que, por supuesto, no muchos otros ostentan.

44:35 minutos de narraciones. Sufjan Stevens ya estaba consagrado, pero con Carrie & Lowell ha llegado a un punto más alto, fuera de la orquestación maravillosa o el virtuosismo musical, Sufjan se consagró como un compositor y narrador de una sinceridad pasmosa que en conjunto con bellas canciones, hacen uno de los mejores discos del año y, probablemente, de la década.

Sinceramente, espero que mi amigo nunca jamás en la vida gane la lotería, porque Stevens necesita seguir haciendo discos para que este mundo tengo mejores sonidos.

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