Por: Óscar Adame(@OscarAdame8)

Hace poco más de tres años, David Bowie nos sorprendió a todos al anunciar su regreso al mundo de la música con el que sería su vigesimocuarto disco de estudio, “The Next Day”, trabajo que fue realmente aclamado y amado por los fanáticos del camaleón.

Las canciones, elaboradas bajo una estructura pop convencional y bellos arreglos instrumentales, trajeron de vuelta al Bowie de los riffs de guitarra pegajosos, de la voz emotiva que se dedica a contar historias sobre personajes ajenos, pero dándole una vuelta de tuerca a su sonido, como siempre. Hoy Bowie ha regresado con “Black Star”, su vigesimoquinto disco de estudio, pero esta vez vuelve con la otra cara que lo caracterizó.

“Black Star” supone un regreso al lado más experimental, artísticamente comprometido y, hay que decirlo, pretencioso de Bowie. De hecho, seguramente éste es su trabajo más difícil de escuchar (y nosotros que no le creíamos a Tony Visconti cuando nos decía que era su trabajo más experimental), pero también es uno de los que más sorpresas esconden y sin lugar a dudas su álbum más intrigante hasta ahora.

El disco abre con el primer sencillo y la canción que le da su título al álbum: Blackstar, cuya duración es de más de diez minutos, donde la instrumentación (que incluye flautines, xilófonos, pianos, violines y beats digitales, así como tambores físicos, etc.) se ve interferida en varias ocasiones, entre las cuales sobresalen un cambio armónico brillante a mitad de la pieza que inicia con una sección en el que Bowie da un monólogo de una forma sumamente teatral.

La forma como la canción retoma el ritmo con el que se introduce es probablemente la mejor muestra del genio de Bowie desde su regreso, puesto que la tonada principal nunca sale de escena: simplemente se mezcla entre los instrumentos de la segunda sección y vuelve a tomar fuerza (poco a poco) a lo largo de ésta, hasta que, casi sin darnos cuenta, Bowie vuelve al inicio. La canción es brillante, sumamente obscura y sirve como una excelente introducción al trabajo lleno de saxofones paranoicos.

‘Tis a Pity She Was a Whore y Sue (Or In A Season Of Crime) son probablemente las canciones que más te van a solicitar como escucha: dos piezas de avant-jazz con improvisaciones bastante energéticas de saxofón y de batería que incluyen además gritos del mismo Bowie y líricas acerca de la muerte. Los dos temas pueden ser comparados sin ningún problema con el fondo instrumental de varias canciones del “Station to Station”, pero en este caso no está enfocado el trabajo a la melodía.

Mientras que el segundo sencillo del disco, Lazarus, es la canción más convencional del trabajo, pero también una de las más elegantes. El acompañamiento de los aerófonos (en especial, el saxofón) con esa línea de bajo con tintes del post-punk es hermoso y queda perfecto para que el alíen de “The Man Who Fell To Earth” continúe con su historia.

“Blackstar” se puede resumir en la siguiente frase: el disco es tan extraño que una de las mejores canciones dentro de este (Girl Loves Me) contiene frases en Nasdat, aquel idioma inventado por Anthony Burgess para darle un toque futurista a su libro “La Naranja Mecánica”. La canción es adictiva y bastante divertida, el ritmo repetitivo resulta hipnótico. Además sobresale en ser la única canción del disco en el que ningún instrumento de aire es el protagonista.

El álbum termina con un par de baladas bastante hermosas: Dollar Days es una pieza pop que no escatima en hacer uso de elementos jazzísticos como el piano que lo acompaña en el fondo (muy a la “Aladdin Sane”) y el intermedio con un solo de saxofón brillantemente construido. I Can’t Give Everything Away, por otro lado, introduce elementos electrónicos, una pieza que se repite y que da una salida pausada y fresca al disco.