En las antiguas villas y ciudades, los puentes se erigían para facilitar el paso a través de algún obstáculo natural, o para franquear el acceso de las fortalezas y los castillos medievales. Una cañada, las aguas turbulentas de un río, el atajo entre dos atalayas o la estructura colgante tendida entre la espesura selvática. Sobre el puente se evadían los peligros de la tierra y se iba más cerca del cielo; pero sobre todo, se podía observar a distancia el juego violento de los hombres.

Sobre el puente se evadían los peligros de la tierra y se iba más cerca del cielo; pero sobre todo, se podía observar a distancia el juego violento de los hombres.

El tránsito furioso de las diligencias, la crecida del agua y el abismo atrayente de los precipicios. El puente sobrevive como un espacio simultáneo de tránsito y contemplación: el camino más rápido entre dos puntos; pero también una pausa en el trajín. La ciudad de México ha suplido la amenaza de ríos y hondonadas, con un diseño urbano que se opone con hostilidad a la existencia del peatón. Los puentes (cuando no son refugio de malandrines), constituyen el principal aliado del viandante: ya sea para salvar el torrente demencial de los autos, o para tomar un respiro del estrépito de la gran ciudad.

Aquí te presentamos una galería fotográfica de Aníbal Barco, que retrata algunos de estos sitios en el DF. Díganos qué les pareció.