Son 13 cuentos que sirven como exploración del lenguaje: lo nuevo del sinaloense Élmer Mendoza.

La voz de Élmer Mendoza repta. Tanto en lo metafórico como en lo sensorial: de tono bajo, muchas de sus frases apenas llegan al murmullo, y sin embargo parecen ocultar significados. Pantalón de mezclilla, blazer; mantiene una sonrisa que por momentos llega a ser provocadora: parece saber demasiado, y no sería de extrañar. Después de todo, ha sido descrito por Federico Campbell como «el primer narrador que recoge con acierto el efecto de la cultura del narcotráfico en nuestro país». Eso, supongo, sólo se logra conociendo cosas que uno no debería saber. Pero si leer a Élmer deja suposiciones así, deja también certezas: que el lenguaje es un laberinto para recorrerse (trayecto que Mendoza camina marcando territorio, cubriendo la ruta de ida y vuelta); que la escritura es un gusto y un vicio que se empolla; y, con lucidez devastadora, que la literatura es violencia. Eso queda claro tras leer Firmado con un klínex, su más reciente libro de cuentos, cosa que hay que hacer con la reserva que se tiene ante una guerra interplanetaria.

«Yo soy un escritor de la violencia, eso sí no lo puedo evitar». Lo dice un escritor que ha dejado escuela en la Universidad Autónoma de Sinaloa, que obtuvo el premio Tusquets de novela en 2007 por decisión unánime del jurado (por su novela Balas de plata), y que, en esta entrega, habla igual de extraterrestres sin brazos dispuestos a ligarse a una vedette, que de futbolistas en un bar y de los escritores de la generación del propio Mendoza. Pero si este libro incluye extravagancias, también contiene trabajo y disciplina: «Tengo la costumbre escribir historias cortas cuando me canso de escribir las largas. A veces incluso hago capítulos tentativos para una novela, pero siempre hago medios cuentos o minificciones. Yo estoy escribiendo siempre». Así surgió esta entrega, a lo largo de cuatro años de trabajo intermitente. A decir verdad, no es un libro fácil: saltar de una historia detectivesca a una de escritores perseguidos por la policía, es un reto que puede incluir varios golpes en la cabeza, pero que, después de dos o tres leídas, merece la pena. Después de todo, uno de los objetivos de Élmer es que «cada cuento encuentre a su lector». En esa medida, como el propio Mendoza asegura, el libro se convierte también en un reptil del lenguaje, de la sacudida de neuronas, de la historias, y sorprende con cada lectura. En sus propias palabras, «La historia de este libro empieza ahora».

Élmer Mendoza, Firmado con un klínex, Tusquets, $129.