Muestra de ello es la exposición apenas inaugurada en el Tate Modern de Londres, recinto de enorme prestigio para el mundo del arte actual.

Si bien Orozco ha exhibido ya su obra en los grandes museos del mundo (el MOMA de Nueva York, el Centro Pomprideau de París, el Museo Reina Sofía de Madrid), el hecho de haber logrado posicionarse en las salas londinenses cierra esta especie de grand slam del mundo museográfico, colocando al artista mexicano como uno de los hombres más respetados y admirados dentro del mundo de la creación.

Su obra es puesta en retrospectiva y contiene los elementos más tradicionales de su quehacer: reflexiones geométricas sobre la imagen, por ejemplo, publicitaria; experimentos sobre el dibujo que los procesos naturales dejan sobre los objetos; fotografías sutiles, extraordinarias, del a vida en las playas mexicanas; nuestras formas persistentes de ver la cotidianidad y negarnos a entender sus ironías y contradicciones.

En muchos sentidos, Orozco no es más que un canalizador de los procesos que comunmente observamos en nuestro alrededor. Entiende, con suma inteligencia visual, que hay algo maravilloso en el armado de un carro, en apretar un pedazo de barro, en las partes de un cráneo olvidado. Nos hace recordar.

Lo dice bien en palabra propia: "Creo que el arte debe de hacer al espectador sentirse un ser individual y consciente".

En esa labor, la de abrir nuestros ojos, es donde radica el poder de su obra.

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