Cuerpos añejos asaltan los espacios públicos más soleados y el día más dispuesto: el domingo. Todo con un único plan: imponer sus reglas. El baile es la norma, la Constitución por la que se rige esta polis.

Los demás no lo entendemos, quedamos exentos, no nos queda nada más que observar de fuera.

En esa ciudad paralela, hay una sola utopía: la memoria. Regresar el tiempo unos pocos años, alargar la adolescencia, cortejar edades pasadas.

No, no podemos vivir para siempre, pero nos queda la mejor de las venganzas: dejarle en claro a la vida que aquel recuerdo que tanto añoramos, en realidad, lo podemos vivir siempre.