Diversos medios impresos publicaron hace algunos años lo que para muchos sería una oportunidad tan rica y liberadora como paradójica y extraña. Una dirección postal anónima ofrecía albergar las verdades más ocultas del individuo interesado si éste comprometía la veracidad de la información enviada, por un lado, y sujetaba la misma a reglas de formato muy básicas. En el anuncio se incluía también una página de Internet intitulada Post Secret. En el anuncio no se incluía más información.

Cientos de postales alcanzaron la dirección de Frank Warren casi de inmediato. La que había sido una idea de proyecto artístico se convertiría en el eje fundamental de la vida de su creador. Su organización y publicación, necesitada de la más absoluta de las discreciones por lo delicado de los contenidos, consumiría gran parte de su tiempo y se adueñaría de todas sus obsesiones. El mundo de sus secretos, todos ellos anónimos pero todos buscando la publicación, era uno que exigía responsabilidades para las cuales no estaba del todo listo, pero que finalmente asumiría.

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