Bozal

feb 27:19 pmabr 16Del 02 de Febrero al 16 de Abril de 2017

Foto: Javier R. M.

Detalles del evento

Por: Carlos Acuña

Richard mira la oscuridad sobre su cabeza –la nave acaba de despegar y ahora está suspendida a unos 15 metros de altura–. Dice que la nave se llama Selene y que pesa, más o menos, media tonelada. Afuera el sol de las tres de la tarde calienta la atmósfera pero, aquí, Viqueira supervisa el vuelo sin sacar las manos de los bolsillos de su chamarra: además de ser uno de los foros con más recursos técnicos del país, el teatro Julio Castillo también es uno de los más altos; por eso hoy bien podría ser el lugar más frío del universo.

—¡Cada arnés está sujeto a tres varas! –grita Viqueira al cielo–. Ese es hoy su nivel de seguridad, ¿entendido?

—¡Sí, señor! –responden los actores Omar Adair y David Blanco desde el vehículo espacial.

Faltan sólo tres semanas para el estreno del nuevo trabajo del dramaturgo, director y actor Richard Viqueira: Bozal, una obra de ciencia ficción en donde dos de los tres actores –dos astronautas, una torre de control– interpretarán sus diálogos sobre una estructura octagonal –una nave con forma de dona: Selene–, que colgará del techo del teatro a 10, cinco o 20 metros sobre el suelo.

Creador del “Teatro de Alto Riesgo” en el que intenta llevar al límite tanto a los actores como a los espectadores, hace cinco años fue cuestionado por jalar la cadena de una sierra eléctrica para amenazar a los espectadores en su obra Careo; en Ternura suite, junto con el dramaturgo Edgar Chías, llevó la violencia sexual al escenario de manera cruda y explícita. Ahora, con más de 15 años desde su primer montaje, su nombre se suele acompañar siempre de etiquetas escandalosas. “El kamikaze del teatro”, lo bautizaron los entusiastas mientras sus detractores le reprochaban el efectismo de sus montajes.

“El propósito de Richard es desestabilizar el equilibrio mental del espectador, sacarlo de su zona de confort”, escribió el crítico de teatro Fernando de Ita hace unos meses, “su fuerte no es la dramaturgia sino la puesta en escena”. Ahora, el director, está a punto de utilizar el teatro para suspender en el vacío una nave espacial, a dos actores y a casi 50 espectadores.

«A veces creo que las emociones están sobrevaloradas», dice, «a mí me interesa que un actor arriesgue algo más, que sepa que se está jugando su integridad, por ejemplo».

EL ESPECTADOR ES UN REHÉN

Más de un año ha trabajado Viqueira y su equipo tanto en los detalles técnicos del montaje, como en el adiestramiento de sus astronautas. Durante meses sometió a sus actores a un entrenamiento físico extremo: quería emular en ellos la formación militar de un astronauta, obligarlos a controlar el vértigo. Además, los hizo ensayar en lugares cerrados para acrecentar su claustrofobia; decir sus líneas desde habitaciones separadas, usando radiocomunicadores, para aumentar la sensación de lejanía; luchar cuerpo a cuerpo hasta que conocieran la fuerza del otro.

«Suspendidos a una altura que podría matarlos –explica–, los actores se enfrentan todo el tiempo con el vacío a su alrededor: actúan para él». El espectador es un rehén, afirma Viqueira en el decálogo del Teatro de Alto Riesgo, en donde explica su postura como director. Antes de convertirse en actor, dramaturgo y director de teatro, Viqueira quiso dedicarse al cine. Hoy hace todo lo posible para que el acto de asistir a un foro sea una experiencia directa, imposible de comparar con lo que ocurre en las pantallas que pululan por todas partes. Su montaje anterior, Psico/Embuti- dos, ocurría sobre una estructura de cubículos, escaleras y toboganes por los que el espectador tenía que transitar; en cada cubículo, un actor desnudo interpretaba un breve monólogo sobre el paso del tiempo y el detrimento de su propia carne. El impacto era tal que, durante un par de funciones, algunos espectadores decidieron también desnudarse. «Ahí están los dos misterios del teatro: en la actuación y en el espectador: son ellos los que deben transformarse».

EL ARTE DE DOMESTICAR EL VÉRTIGO  

El primer hombre en volar al espacio exterior fue el soviético Yuri Gagarin. Lo hizo en 1961, cuatro años después de que la perra Laika muriera a causa de una falla técnica que sobrecalentó el interior del Sputnik II. Durante 108 minutos, Gagarin piloteó el Vostok I –¿de dónde viene esa manía por otorgarle nombres propios a los barcos y a las naves espaciales?– fuera de la atmósfera terrestre y se consagró como leyenda; días después de su aterrizaje; sin embargo, recordaría que los primeros en explorar el universo no fueron los seres humanos: «Aún no sé si fui el primer hombre en viajar al espacio o el último perro».  «Los primeros astronautas tenían miedo de todo: de que la nave estallara, de quedarse sin oxígeno, de no regresar ya», Viqueira habla sin apartar la vista de Selene, su propia nave, la que ahora “vuela” dentro del teatro. «El miedo se ha vuelto uno de los ejes recurrentes de mi trabajo. Quizás tenga que ver con esta ciudad, con este país. Vivimos tiempos donde la paranoia se ha vuelto algo común, donde la política regente se basa en el temor, y a mí me parece que la finalidad última del arte, del teatro, debería ser domesticar el miedo que siempre sentimos por la muerte».

Para que Selene, con su media tonelada de metal rígido colgara de la parrilla del teatro con seguridad se requirieron meses de cálculos. Tres personas trabajaron en su planeación: el escenógrafo Mario Marín; Iván Cervantes, que diseñó los métodos para su vuelo; y Valentín González en la ingeniería. Esta tarde, mientras los actores se desplazan y sueltan sus diálogos esforzándose por no perder el equilibrio, siete tramoyistas ayudan a desplazarla a diferentes alturas. Para la función se requerirá de al menos 14 tramoyistas que controlarán, además, los movimientos de las butacas voladoras. Cada una está sostenida por cuatro cables de acero, capaces de soportar una tonelada; cada espectador tendrá, además, un arnés y una línea de vida atada a tres varas. A ras de piso, el poeta y ahora actor Rojo Córdova camina –flota– por el escenario imitando el sonido de una turbina, de una  interferencia radiofónica, de una ventisca. Parece el último hombre en un planeta abandonado.

—¿Qué tan estable sienten la estructura? –pregunta a gritos Viqueira a los astronautas.

—Bastante mejor, señor –responden ellos con acento marcial.

Sin límites familiares ni sociales, lejos de todo juicio, sin un contexto o una moral, Viqueira se pregunta cómo nos comportaríamos nosotros. ¿Son todos los astronautas perros de laboratorio? ¿El mundo es el único bozal que nos contiene?

Horario

Dom : 12:30 h. , 18 h.
Jue : 20 h.
Vie : 20 h.
Sáb : 12:30 h. , 19 h.

Ubicación

Teatro Julio Castillo

Reforma SN Esquina con Campo Marte

Precio

150

Compra de Boletos

Ticketmaster